El Siglo de Oro cabe en un bolsillo

La idea surgió hace ya unos años y vino acompaña de cierta controversia respecto a su utilidad. El hecho de poder tener en un aparato electrónico del tamaño de un libro estándar toda la literatura del Siglo de Oro llamó la atención, cuando menos, de muchos aficionados a la lectura. Los primeros ebooks (o libros electrónicos) llegaron al mercado en 1998. 11 años más tarde, la tecnología se ha perfeccionado hasta límites insospechados y su precio ha bajado hasta tal punto que, por el precio de 10 novedades literarias en papel, puede adquirirse un ebook último modelo.


Aparentemente, la idea está llamada a revolucionar el mercado cultural. Sin embargo, como ocurre en toda revolución, ésta tiene una proporción similar de seguidores y detractores. En el bando de los "amigos de los ebooks", los amantes de la literatura y de la tecnología, aquellos a los que se les iluminan las pupilas con sólo pensar en la mera idea de tener en su poder más obras literarias de las que jamás podrán llegar a leer. En frente, los más románticos, aquellos que disfrutan abriendo un libro antiguo y respirando el olor de sus páginas amarillentas. Lo que parece claro es que se trata de un cambio que a nadie deja indiferente.

El ahorro de espacio, la más nimia de las ventajas

Quizá, lo primero que a alguien interesado por un ebook se le pase por la cabeza sea el ahorro de espacio. Poder empaquetar los polvorientos Episodios Nacionales y dejar hueco para una nueva televisión plana no deja de ser un aliciente más para los más tecnófilos. No obstante, las ventajas van más allá. ¿Por qué cargar con la trilogía de Larsson en el autobús camino al trabajo cuando podemos llevarla en el bolsillo de la chaqueta? Por no hablar de la posibilidad de consultar todos los periódicos de la mañana con sólo pulsar un botón.

Los adeptos a las nuevas tecnologías ven en los ebooks sólo ventajas. Una de ellas, que algunos tachan de demagoga, es la relativa al ahorro de papel que suponen los libros electrónicos. No cabe duda de que si todos los libros publicados hasta el momento lo hubieran hecho en formato electrónico, los bosques de la actualidad serían mucho más frondosos. Por no hablar del aspecto económico. Por menos de 300 euros (el precio aproximado de 10 libros en formato clásico) uno puede hacerse con el más moderno ebook. Papyre es sólo un ejemplo:



La cruz de la moneda

Los amantes de lo clásico no terminan de creerse las bondades de los ebooks. El principal argumento que esgrimen es la falta de calidad de la imagen; lo incómodo de leer cientos de páginas en una pantalla. No obstante, gracias a la tinta digital, se ha conseguido eliminar el parpadeo propio de los monitores habituales y reducir su brillo, por lo que el cansancio de la vista es inapreciable. Además, esta tecnología (también llamada papel digital), consume muy poca energía, por lo que uno puede leer más de 10.000 páginas durante una semana sin tener que recargar su batería.


No obstante, aún resulta difícil encontrar en Internet libros en formato electrónico. Al igual que pasó hace unos años con la música en mp3, actualmente, es más fácil descargar un libro completamente gratuito de manera alegal (que no ilegal) que comprarlo en una tienda online. Las editoriales aún no se han puesto al día y corren el riesgo de quedarse atrás; sin embargo, los internautas no han perdido el tiempo y, como si les fuera la vida en ello, han comenzado a digitalizar libros de manera totalmente altruista.

Los escépticos se plantean otro dilema, esta vez, relacionado con la persistencia de las obras. Gracias al papel, se pueden encontrar primeras ediciones de obras de Galileo o Kepler. ¿Hubiera pasado lo mismo si se hubieran publicado sólo en formato electrónico? Al fin y al cabo, los libros tradicionales son palpables, almacenables y tangibles. Los ebooks tienen el inconveniente de ser una retahíla de ceros y unos que no se pueden tocar ni mucho menos almacenar físicamente. ¿Son realmente un soporte duradero?

El carro de los ebooks, cada vez más lleno

Como suele ocurrir con toda novedad tecnológica, las grandes empresas ya se han puesto a cavilar sobre cómo obtener su trozo del pastel lanza en ristre. El omnipresente Google va en cabeza con Google Books, una base de datos digital con millones de obras al alcance de cualquiera de manera gratuita (y otras tantas de pago). Las quejas de las editoriales no tardaron en llegar. Enseguida vieron cómo el gigante americano invadía su negocio y ponía en peligro su supervivencia. Tras varios litigios, en 2008 llegaron a un acuerdo: Google proporcionaría el 63% de los ingresos obtenidos con los ebooks a las empresas editoriales. Como nunca llueve a gusto de todos, Open Book Alliance (en inglés) puso sus pegas. Para ellos, este acuerdo beneficia únicamente a Google y, tarde o temprano, otorgaría a éste el monopolio de las publicaciones online. Aún así, se trata de una problemática de reciente creación que, con toda seguridad, acabará solucionándose con arreglo a todas las partes.

Por su parte, los productores de tecnología no han perdido pie al respecto. Desde Sony hasta Amazon, la tienda online más grande del mundo, han lanzado al mercado sus propios lectores de libros electrónicos. Tal cantidad de oferta ha resultado en una amalgama de formatos incompatibles (cada lector es válido para su propio formato de ebook). Por ahora, sólo queda esperar para ver quién se lleva finalmente el gato al agua e impone su ley en lo que a los libros electrónicos se refiere.

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